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Celebrada la Eucaristía y II VIA CRUCIS CUARESMAL -

La Ermita de San Joaquín y Santa Ana, acogió la celebración de la Eucaristía del II Viernes de Cuaresma, presidida y celebrada por el Vicario Parroquial, D. David Miguel Gómez, quien en su homilia, habló, que ·"Debemos dejarnos Cristificar todos los aspectos de nuestra vida."

Queridos hermanos:

Seguimos en este Viacrucis, en este camino hacia la cruz y en este camino también hacia la resurrección. Si hubo un cambio en el Señor que pasó por esa muerte pero que no terminó en la muerte, terminó en la vida, en la resurrección. Nosotros emprendemos este segundo viernes de cuaresma con esta intención, seguir al maestro.

 

¿Y qué es seguir al maestro? Dejar que Cristo cristifique todas las dimensiones de nuestra vida. Hay veces que le decimos al Señor, no, aquí no entres en mi vida, no, en mi bolsillo no entres, no, en mi manera de relacionarme con los demás no entres, no, en mi manera de rezar, no, ahí no entres, pídeme otras cosas pero ahí no te dejo entrar. Pero es que el Señor quiere entrar y quiere entrar hasta el fondo. 

Cristo quiere cristificar cada una de las dimensiones de nuestra vida, nuestra dimensión espiritual, intelectual, nuestra dimensión sexual, nuestra dimensión social, nuestra dimensión laboral, quiere cristificarnos todo. Porque un cristiano que su vida no se ha dejado cristificar por Cristo es como una colonia que no huele, es como la sal que está sosa, es como el agua que no moja, es como el fuego que no quema.

Por eso nosotros en este via crucis, en este camino hacia la cruz, queremos acompañar a Jesús, pero no por acompañarlo, no por costumbre, sino para que según vamos caminando, según vamos siguiendo al Maestro, queremos aprender de él y que cambie nuestra vida, que cristifique todas las dimensiones de nuestra vida. Y en concreto el Evangelio de hoy trata sobre una dimensión de nuestra vida que es, por así decirlo, una dimensión social, el cómo nos relacionamos con los demás.

 

Que importante es eso. Que nuestra relación con los demás empiece en el amor, siga en el amor y termine en el amor. Fijaos, el apóstol San Juan, sabéis que escribió el Evangelio de San Juan, sabéis que escribió el libro del Apocalipsis, pero también escribió algunas cartas, que las leemos a veces en misa, y esas cartas del apóstol San Juan no hablan de otra cosa que del amor. Especialmente son un gran resumen del amor al prójimo, del amor al prójimo. Y es normal, porque es que este Juan, este apóstol Juan, el que escribió el Evangelio, estuvo sentado a la mesa, ese jueves santo, vio como el maestro se arrodillaba y amó hasta el extremo a todos, hasta Judas, hasta el traidor, le amó.

 Por eso hoy Jesús nos quiere enseñar, nos quiere enseñar cómo es nuestro trato con los demás. A veces somos un poco disyuntivos, es decir, o esto o esto, o blanco o negro, o arriba o abajo, o contigo o sin ti, ¿no? Y a veces elegimos o a Dios o al prójimo. Pero es que son necesarias las dos cosas. ¿Cómo vamos a amar a Dios si tratamos a los demás mal? Lo dice la Escritura. ¿Cómo vas a creer en Dios al que no ves, si a tu hermano, al prójimo, al que tienes cercano, no lo amas? Y a ese sí que le ves. Muchas veces el cómo tratamos a los demás nos está siendo un termómetro de cómo es nuestra relación con Dios. Es un buen termómetro, es como ese anuncio que algunos os acordaréis, no sé si es de Don Limpio, que hacía, ¿sabéis lo que hacía el anuncio con el algodón? Lo pasaba y decía, el algodón no engaña.

Pues nuestro trato con los demás nos dice cómo es nuestra fe. A ver cómo trata este a los demás, pues así es su relación con Dios. El algodón no engaña, no engaña. Por eso es importante que tuviemos ese trato con los demás. Y mirad, todos tenemos arranques, todos tenemos carácter, todos tenemos, pues quizás esos primeros impulsos, pero el Señor quiere todo eso darle una forma.

Quiere reconducir esos arranques que podemos tener todos, quiere encauzarlos. Hemos visto, ¿no? Estos días que llueve tanto, se desborda el tajo, hemos visto vídeos en las redes, en la internet, ¿no? Cómo se sale de su cauce, ¿no? Pues el Señor quiere encauzar, quiere encauzar. ¿Y qué nos dice en concreto el Evangelio, y termino con esto? Pues nos dice, en primer lugar, que, claro, no hay que hacer mal al otro. Pero no es suficiente, no nos podemos quedar con solamente no hacer mal a otro.

 Es suficiente con decir, bueno, yo no le deseo nada mal a nadie, con eso ya está. No, no, no basta con eso. El Señor nos está pidiendo que seamos radicales en el amor al próximo. Sí, radical, una palabra que quizás hoy en día no está muy de moda. Sí, en el amor hay que ser radicales, en otras cosas no, pero en amarse, en amarse. Y porque nos dice el Señor, si solo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen lo mismo los paganos, los ateos? Dios, en cambio, hace llover sobre justos e injustos.

 

El Señor nos está pidiendo un segundo paso más, que es dar el paso del perdón. Dar el paso del perdón. ¿Y por qué tenemos que perdonar? ¿Por qué tenemos que perdonar? Pues tenemos que perdonar, lo primero, porque nos lo enseña Él. Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Es lo que nos enseña el Maestro.

 Pero es que si no perdonamos, es que somos esclavos, esclavos del rencor. No vas a ver una persona, quizás de las personas más amargadas que vas a conocer en esta vida, son aquellos que deciden tomar la posición del rencor para sí. Porque dicen, no, si yo no le deseo nada malo, pero ya, pero es que aunque sea en ese no solo desearle nada malo a alguien, ya te estás acordando de él, ya le estás trayendo a tu recuerdo, ya te está trayendo ese odio, ese rencor hacia él, por eso que pasó. Por eso el perdón es liberado. El Señor no nos pide que vivamos cosas porque es un marimandoro, sino porque quiere tu bien, porque quiere nuestro bien. Por eso que importante es que aprendamos ese perdón.

 Pero digo un paso más, un tercer paso. Para recibir el perdón, si hemos recibido el perdón, si recibimos el perdón o queremos recibirlo, que importante también es la reparación. Una persona que recibe bien el perdón querrá reparar el mal que ha hecho.

Una persona que simplemente quiere el perdón, pues para, no sé, acallar su conciencia, no reparará. Por eso, cuando nos confesamos al sacerdote siempre nos pide que recemos algo en penitencia. Venga, de penitencia rézale a la Virgen una Ave María, o reza, o ofrece el viacrucis de hoy, o reza a un Padre nuestro. Esa penitencia es para reparar lo que yo he hecho mal. Pues igual en nuestra relación con los demás.

 Si yo quiero que alguien me perdone, es importante que también repare, es importante que también repare. Es importante manifestar, decir, porque es un signo de que me arrepiento, de que no me da igual la otra persona, de que me he equivocado. Pues queridos hermanos, en este camino hacia la cruz, dejemos que Cristo cristifique esta dimensión de relacionarnos con los demás, no solamente no haciéndoles mal, perdonando y también buscando reparar las veces que nosotros hayamos hecho mal.

 

 Que así sea